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Soy nieto e hijo de chefs, pero no soy buen cocinero. Nunca se me ha dado bien la cocina, y creo que es porque soy algo impaciente. La cocina requiere de calma, de templanza. Requiere tratar el producto con cariño, y yo lo que quiero es comérmelo. Cocinando y comiendo, que es gerundio.
Aún así, de vez en cuando me pongo el delantal, afilo los cuchillos, desempolvo las sartenes y saco mi colección de especias. Como suelo cocinar para mi solo, tampoco me meto en berenjenales, busco algo sencillo, saludable y rico.
En ocasiones salgo a comer, pues me da pereza ensuciar todo para cocinar para uno solo. No sólo eso, cocinar para una persona es bastante ineficiente. Se gasta electricidad, gas, y la merma es mayor.
En un restaurante, se enciende la parrilla o la plancha para decenas de comensales. La luz del salón la utilizan los mismos. Se cocina una olla de estofado para muchos, no para uno solo. En total, para cada persona, se consumen menos recursos.
Sí. Salir a comer es, muchas veces, más eficiente, y no mucho más caro. Además, no tienes que hacer nada, ni comprar, ni cocinar, ni limpiar. Entonces, me pregunto, ¿Por qué seguimos cocinando en casa?
Seguimos cocinando
Buenos días, tardes y noches querido comensal. Hoy tenemos un programa gastronómico puro y duro. Hablamos del por qué seguimos cocinando en casa cuando, en muchas ocasiones, es más conveniente comer fuera.
Para aquellos que les gusta meterse entre fogones, la respuesta es probablemente muy sencilla, pero no para todos. Hay gente que no prepara ni una ensalada, yo conozco a muchos. Otros, se visten de Ferrán Adría o de Elena Arzak cada vez que pueden, y es ahí cuando se sienten en su salsa. Hay de todo, como siempre.
Quédate con nosotros unos minutos y hablaremos del por qué en nuestra era, con todo tipo de ofertas gastronómicas a nuestro alcance, seguimos cocinando en casa.
Soy Jesús García Barcala y esto es, Por Amor a la Gastronomía.
Es muy difícil establecer el momento exacto en el que empezamos a cocinar. Ya desde la definición misma podrá haber muchas opiniones. Habrá quien crea que cocinar es mezclar ingredientes, y otros que basta con cocerlos.
Así, habrá quienes crean que la cocina nació cuando asamos el primer jabalí, así sin nada. Habíamos descubierto, seguramente por accidente, que pasado por el fuego sabía más rico que crudo, y que era más fácil de comer y de digerir.
Otros pensarán que el arte de cocinar no surgió hasta que a alguien se le ocurrió meter al jabalí, o a la cebra o lo que fuera, en agua (con unas piedras calientes) y ponerle unas hierbas. Bueno, seas del bando que seas, lo más probable es que ambas cosas sucedieron muy cercanas en el tiempo.
No importa tanto el cuándo
El caso es que durante los siguientes miles de años, la cocina no dejó de evolucionar, hasta convertirse en un arte, en una manera de vivir, y en un negocio. Y hasta nuestros tiempos.
El 99.99% de la población mundial, sin embargo, y durante la mayor parte de la historia humana, antes de comer tenía que prepararse la comida. Comer significaba cultivar, cosechar y moler el grano para hacer un tipo de pan. Comer significaba matar un pollo o un cerdo, pescar, o como poco comprar la carne en el mercado.
No era muy complicado, por supuesto, pues la mayoría vivía de la agricultura, en el campo, con acceso a materias primas frescas.
Pero había que cocinar, y eso lo hacía uno mismo, o un miembro de la familia. Cocinar se convirtió muy pronto en una actividad necesaria para la supervivencia de la civilización.
De hecho, cocinar es inherente al ser humano, pues sólo así podemos sacar los nutrientes necesarios para mantener nuestros crecientes cerebros. Hemos evolucionado gracias o debido a comer alimentos cocinados.
Por mucho que se ponga de moda el vegetarianismo, o las dietas crudas o supuestamente “paleo”, ni nuestros dientes ni nuestros estómagos están preparados para rumiar pastos durante horas. Cocinar nos ayuda a procesar parcialmente la comida, para que nuestro sistema digestivo no tenga que trabajar tanto.
Es verdad que al cocinar, algunos alimentos pueden perder algunos de sus nutrientes, pero las ventajas son mayores que las desventajas. Desde que aprendimos el truco, no hemos dejado de cocinar. En casa, y en los restaurantes.
Cocinado en casa o en restaurantes
A veces me impresiona la gran variedad de estilos de comida que existen, y sus constantes innovaciones. Incluso para alguien que ha viajado por todo el mundo y que le gusta comer de todo allá donde va, siempre hay cosas nuevas que probar.
La industria hostelera, en prácticamente todos los países del planeta, es uno de los más importantes, no sólo en España, donde no dejamos de presumir de ella, con razón por supuesto.
Millones de personas se dedican a la hostelería, directa o indirectamente, pues no podemos olvidar a los proveedores de servicios a la industria. Sin duda es uno de los motores de casi todas las economías.
Hay todo tipo de restaurantes, desde las ubicuas hamburgueserías, taquerías, pizzerías o carritos de hot dogs, hasta los más elegantes y sofisticados restaurantes donde te sirven burbujas de nitrógeno con aroma de algo, pasando por los puestos de comida callejera, muy populares en casi todo el mundo.
La oferta es enorme. Hoy mismo saldré a comer, y aún no he decidido dónde, pues me gusta de todo, y siempre tengo una larga lista de locales nuevos que quiero probar.
Pero la industria hostelera es relativamente reciente. Los primeros restaurantes modernos no aparecieron hasta el siglo XVIII, y sólo gente de la alta sociedad podía pagar ese tipo de servicio.
Probablemente hasta principios del siglo XX. los restaurantes seguían siendo escasos y caros.
Pero la industrialización de los alimentos y el enriquecimiento general de la población después de la Segunda Guerra Mundial, abrió la posibilidad de comer fuera a muchos que antes no podían.
Aún en la actualidad hay un 10% de los seres humanos que apenas y sobreviven, pero más de dos terceras partes de los habitantes de este planeta, pueden pagarse un a comida en un restaurante, al menos una vez a la semana. Y lo hacen.
Ya desde finales del siglo pasado, la mayor parte de la población mundial vive en ciudades, y la mayoría de ellos en países industrializados o en vías de hacerlo. Prácticamente en todos los países del mundo hay restaurantes y otros locales que sirven comida preparada, que incluso los supermercados venden. Puedo comprarme fácilmente una pizza congelada en el súper y no pagaré más de tres euros por ella.
Claro que no es lo mismo que una buena pizza de restaurante, pero sigue siendo una pizza, y con algún toque mágico se puede convertir en un manjar. Te lo dice alguien que lo ha hecho cientos de veces.
Hay una cadena de pollos asados aquí en Madrid, cuyo nombre me guardo, que vende ese plato a muy buen precio. Creo que me sale más barato comprarlo ahí que comprar un pollo crudo y luego asarlo en el horno. Es más, hace años que no aso un pollo en casa.
Lo mismo con sandwiches, kebabs, hamburguesas y hasta paellas. Todo se puede comprar ya hecho, y a un precio asequible.
¿Por qué entonces seguimos cocinando?
Yo puedo responder por mí mismo y después tendremos las respuestas de otros.
Ya lo he dicho antes, soy nieto e hijo de chefs. Siempre he estado rodeado de buena comida. La cocina y la comida, ergo, me recuerdan a mi familia. Cocinando, me siento como si fuera mi padre, aunque ni de lejos me acerque a su talento en los fogones.
Me acuerdo de él en casa o en el restaurante, dando órdenes, cocinando, probando y dándome a probar. Me acuerdo de sus callos, de su pollo en pepitoria. Recuerdo también a mi madre por las noches preparando croquetas, o su famoso ajipollo, que no lleva ni ajo ni pollo. No me olvido del hecho de que, cada vez que llego a casa de mi Madre, me pone enfrente algo de comer, y limpio el plato. Aunque sea sólo por vicio.
Recuerdo incluso a mi abuela, que siempre le ponía un chorrito de cerveza a la paella cuando ya le quedaba poco. También aparece la memoria de mis años universitarios, cuando trabajé de camarero. Y casi todos estos, son buenos recuerdos dentro de la cocina.
Por si fuera poco, cocinar es crear, así que, incluso mis platos más ridículos, me dejan la sensación de que algo ha nacido de mis manos, como escribir un libro, o crear una obra de arte en un lienzo. Ni de lejos me siento un artista, todo lo contrario, pero crear algo, por muy malo que sea, deja un buen sabor de boca, y nunca mejor dicho.
Además, algunas veces de las pocas que me pongo el delantal, lo hago para intentar, no impresionar, sino agradar a mis invitados. Quiero que lo pasen bien, que coman algo diferente que les deje buenas sensaciones y recuerdos.
Aparte, a mí también me gusta comer, y me gusta prepararme cosas que me gustan, y que sólo yo sé cómo.
Pero, más que nada, cocinar es un ritual, uno que nos viene de lejos, cuando nuestros ancestros aprendieron a cocinar la carne, y lo hacían alrededor del fuego, con todo el clan presente.
En tiempos en los que las calorías no estaban garantizadas, comer era una bendición, era, junto con la reproducción, el elemento más importante de la supervivencia de la especie. Seguramente los hombres, mujeres, niños y ancianos del paleolítico, sonreían mientras esperaban un bocado del gamo, antílope o pecarí que se rostizaba lentamente sobre las llamas.
Cocinando en sociedad
La tribu, mientras esperaba la comida, cantaba, bailaba y/o contaba historias. Cocinar y comer se convirtieron en rituales que, a la vez que alimentaban, construían y reforzaban lazos sociales. Sigue siendo así, como creo demuestra nuestra afición por el aperitivo.
La civilización siguió su camino, y durante los siguientes milenios, la cocina se convirtió en un lugar para socializar, normalmente entre las mujeres, quienes solían fungir como cocineras entre sus muchas ocupaciones hogareñas.
Hay más razones por las que nos metemos en la cocina, una de ellas, es que suele o puede ser más barato. Lo es, al menos, si cocinamos para muchos, o si cocinamos bastante de un plato que luego podemos guardar.
Y ya no es sólo el cocinar, sino la compra. Me sale mucho más barato comprar un paquete de un kilo de pasta que varios de 250 g., si los encuentro. Entonces, como ya tengo la pasta que compré hace dos semanas, pues la preparo en lugar de salir a un restaurante.
Aunque como ya habíamos dicho antes, un restaurante muchas veces puede vender su menú a buen precio porque consiguen la economía de escala, o sea, como van a preparar mucha comida para muchos comensales, compran mucho producto, a mejor precio del que pagaremos nosotros en el supermercado.
A veces nos conviene comer fuera, a veces en casa. Y la mayoría que yo conozco hace un poco de las dos.
Pero hay otra razón por la que me puedo meter en la cocina, una que a mí siempre me ha importado, pero que la edad ha hecho que me importe cada vez más, y que veo que también importa mucho a las nuevas generaciones: la salud. De hecho, en casa estamos cocinando cada día mejor.
Sin duda alguna, se puede comer más sano en casa que en un restaurante. No siempre ocurre, pero la posibilidad es mayor en casa. En la gran mayoría de los restaurantes, el énfasis está en el sabor, y no tanto en el efecto que un plato pueda tener en nuestra salud a medio o largo plazo.
Por supuesto que en buena parte de la hostelería, por no decir en toda, se puede comer sin preocuparse mucho de las calorías o las grasas, la sal o los azúcares, los villanos del cuento. Pero para aquellos que comen fuera varios días a la semana, el efecto puede no ser muy positivo. Lo sé por experiencia, porque en algunas etapas de mi vida me he visto obligado a comer fuera casi todos los días de la semana.
No es una crítica hacia la hostelería, no. Los cocineros profesionales quieren que a la gente les guste su comida, y no tanto que se preocupe uno por si nos va a engordar o a subir la tensión. Eso es nuestra responsabilidad.
Y por eso, no casualmente, en casa podemos cocinar o preparar comidas más sanas. Ahí podemos controlar las grasas, la sal y el azúcar. Cocinando uno mismo es más fácil comer sano.
Cocinando sano, pero no tan sano…
También es verdad que cada vez hay más locales que dicen preocuparse por nuestra salud, y he visto algunos intentos, pero si te digo la verdad, se quedan en buenas intenciones.
Por ejemplo, hay una pequeña cadena de restaurantes aquí en Madrid, a la que acudo con asiduidad.
En su marketing hablan mucho de los ingredientes, y de su relación con los proveedores, y que si productos sin pesticidas, y esos temas que quedan muy bonitos en los medios.
Pero sus platos, aunque ricos y aparentemente muy sanos, siguen teniendo las mismas calorías o más que un menú de comida rápida.
No hay nada como una ensalada hecha por mi, sin dos litros de aliño, y con su proteína sin dos kilos de sal. Por eso sigo y espero poder seguir cocinando.
Eso es lo que yo creo. Sin embargo, como muchas otras veces, he buscado la opinión de otros, sólo por curiosidad.
En este caso, he pedido a tres colegas de Instagram, amigos con mucho Amor por la Gastronomía, y conocidos por sus magníficas creaciones, que respondan a la pregunta que da nombre a este episodio: ¿Por qué seguimos cocinando?
Esto es lo que me respondieron, primero, Rosa, cuyo nick en Instagram es Miss Gardener:
(En la grabación)
Luego tenemos la opinión de José, a quien encontramos como Tiritimundi en la red social de la fotografía:
(En la grabación)
También tengo la opinión de La Señora Croqueta, a quien no conozco personalmente, y cuyo nombre verdadero desconozco. Además, ella me respondió por escrito, así que leo:
“Hay dos formas por las que me meto en la cocina :
Una es por obligación, y suelo hacerlo los domingos para que durante la semana pueda llegar del trabajo y tener la comida lista.
Y la otra es por placer: cuando hay reuniones familiares o de amigos , o para hacer esos platos que te transportan a un lugar o a un recuerdo”
Y al final tenemos a nuestra colaboradora Maripily, a quien también he preguntado por qué le gusta cocinar:
(En la grabación)
Ahí está, creo que no se alejan de lo que creo yo. Y tú, querido comensal, ¿Qué piensas, cocinas? ¿Por qué te gusta cocinar? Cuéntanoslo en los comentarios.
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La próxima vez que te metas en la cocina, acuérdate de tu clan, de tu tribu, dales las gracias, y sigue cocinando. Gracias también te doy yo por escuchar. Buen provecho. Soy Jesús García Barcala y esto es, Por Amor a la Gastronomía.
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